En Perú, la persistencia de costumbres militares en los colegios nacionales ha generado interrogantes sobre su relevancia y continuidad en la educación actual. Desde uniformes homogéneos hasta formaciones semanales, la rigidez de estas normas contrasta con la libertad de elección presente en instituciones privadas.
Los lunes, un ritual se repite en colegios públicos: formación, rezo del padre nuestro, himno nacional y dinámicas marciales. Esta práctica, impuesta desde 1926 durante el gobierno de Augusto Leguía, refleja una tradición que persiste a pesar de las cambiantes necesidades educativas.
La conexión entre la educación y las costumbres militares tiene raíces históricas. Tras la Guerra del Pacífico, líderes como Andrés Avelino Cáceres y Nicolás de Piérola intentaron reconstruir el espíritu nacional. En 1926, se introdujo la instrucción militar obligatoria en escuelas públicas, extendiéndose a las privadas en 1927. La intención era forjar un ciudadano patriótico dispuesto al sacrificio por la nación.
A pesar de los cambios políticos, la presencia militar en la historia política peruana persistió con figuras como Luis Miguel Sánchez Cerro y Manuel A. Odría, quienes crearon el Colegio Militar Leoncio Prado durante sus mandatos. La concepción de que la disciplina militar conduce al éxito social ha perdurado, influyendo en la creación de más colegios militares a lo largo del tiempo.
Expertos señalan que esta arraigada tradición refleja la resistencia al cambio en la sociedad peruana, caracterizada históricamente por su tradicionalismo. La iglesia y los militares, como formadores de la sociedad, han influido en la persistencia de estas costumbres, incluso en el ámbito educativo.
José Luis Rosales, sociólogo de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), y José Vásquez, historiador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), coinciden en que el país necesita evolucionar hacia prácticas educativas más flexibles y modernas.
La imposición del uniforme escolar, aunque busca homogeneidad, puede representar un desafío económico para algunas familias. El debate sobre la continuidad de desfiles militares en colegios también se ha avivado, cuestionando su relevancia en tiempos más pacíficos.
Ante estas reflexiones, Rosales propone alternativas como pasacalles que celebren la diversidad y personalidad de los estudiantes, sugiriendo que las escuelas se enfoquen en danzas folclóricas y festivales gastronómicos para fomentar la identidad cultural.
La resistencia al cambio en el sistema educativo peruano persiste, pero la discusión sobre la necesidad de evolucionar hacia prácticas más inclusivas y acordes con la realidad contemporánea se intensifica entre expertos y la sociedad en general.